Parece una tontería
Es ese coche. Tomás volvió un viernes del taller y lo aparcó ahí, a pleno sol. “Pues ya tenemos coche”, dijo. Lo que no teníamos era dinero, y yo quería saber de dónde lo había sacado. Pero Tomás me salía con vaguedades. “Caído del cielo”, decía.
Ese mismo sábado lo usamos para ir a comer caracoles. Salimos de la ciudad. Ni Tomás ni yo teníamos carnet de conducir, pero siempre conducía él. Aquel día iba rapidísimo y de mal humor, se conoce que tenía hambre. Le encantan los caracoles. Si quieres tenerle un rato entretenido, ponle delante un kilo de babosas. Se comió dos raciones él solito. Primero una de tierra y luego otra de mar. Cuando terminó, me habló desde detrás de dos montañas de cáscaras vacías. Dijo:
—¿Quieres saber de dónde he sacado el coche?
El verano pasado, un hombre asesinó a su propio hijo. Luego se lo llevó en barca hasta algún punto en medio del océano, una zona llena de arrecifes. Tiró allí el cuerpo del pobre niño, de manera que resultara imposible localizarlo. Y todo, según la jueza, para “hacerle el mayor daño posible a su ex mujer”. Se pasaron meses buscando al crío. Trajeron un barco con sonar y un robot. Al final, encontraron el cuerpo de la criatura atado a un ancla. Del padre, ni rastro. Todo el pueblo quería juzgarlo con sus propias manos. Pero se dice que también se tiró al mar.
Bien, la cuestión es que ese monstruo estuvo esa misma mañana en el taller de Tomás. El mismo día que lo hizo. Ya había llevado el cadáver al barco, y luego se fue a arreglar los frenos del coche. ¿Qué sentido tiene? ¿Qué sentido tiene arreglar tu coche si pretendes acabar con tu vida ese mismo día? ¿Me estás escuchando? Tomás me lo preguntaba desde detrás de las conchas, mientras se hurgaba los dientes con un palillo. Me contó que la policía había ido mucho por el taller. Seis o siete veces pusieron el coche patas arriba, pero no encontraron nada. Cuando el niño apareció, dejaron de ir. Ahí se quedó el coche. Pasaron un par de semanas y luego un par de meses. El dueño, claro está, nunca pagó por los frenos nuevos, así que mi marido se cobró el arreglo a su manera. Se llevó el coche y lo aparcó enfrente de casa. “Pues ya tenemos coche”, dijo.
Pasé todo el trayecto de vuelta mareada. Tomás iba ahora muy despacio, a ratos parecía quedarse dormido. El coche me olía a caracoles. La casa me olía a caracoles. ¡Hasta las sábanas olían a caracoles! Mi marido empezó a usar el coche. Iba y volvía del taller, lo aparcaba siempre en el mismo sitio. Cuando él no estaba, ese hueco se quedaba vacío. Nadie más aparcaba ahí. Yo empecé a obsesionarme con el asesinato del niño. Me sentaba en el ordenador y leía las crónicas. Luego salía a fumar a la ventana de la cocina y miraba el coche durante un buen rato. En una de estas, Tomás se acercó por detrás y me agarró de la cintura.
—¿Tú eres tonto? Casi me caigo por la ventana —dije.
Tomás me rodeó con los brazos y se me acercó a la oreja:
—Este año me saco el carné y nos vamos de vacaciones adonde tú quieras.
—A Benidorm, a descuartizar un niño y tirarlo al mar —dije.
—Lo que tú quieras.
—Lo que quiero es que te libres del coche. El carné me parece lo de menos.
—Mal negocio. Soy mecánico, y un mecánico sin carné de conducir es como un médico sin licencia. Pero un mecánico sin coche es peor aún, ¡es como un médico sin cuerpo! —dijo mientras se pellizcaba la cara desde los párpados hasta la boca. Me giré y le vi haciendo estúpidas caras tontas de fantasma bobo. Estuvimos riendo un buen rato. Aquel fue el último día que reímos.
La mañana siguiente era nuestro aniversario. Me levanté pronto y dejé a Tomás en la cama. Quería hacer algo especial. Ir al centro comercial, comprar una tarta y una botella de cava, desayunar eso. Una tontería. Salí de casa y fui a coger el bus. En el centro comercial me vi reflejada en un escaparate. Iba mona, con la tarta en una mano y el cava en la otra y un vestido de verano. Al salir, me agaché a acariciar un perro. Por culpa de eso perdí el autobús y tuve que volver andando, a pleno sol. Encontré a Tomás delante de casa. Estaba frente al coche, con los brazos cruzados. Se giró y me vio ahí, toda sudada, con la tarta en una mano y el cava goteando en la otra. Me vio así y dijo:
—Algún hijo de puta.
El coche estaba destrozado. Alguien había pasado una llave por toda la carrocería. El retrovisor colgaba de un cable. Intentaron arrancar la matrícula, que estaba medio doblada. Rompieron el cristal de detrás y abrieron la puerta, tumbaron el asiento para ver el maletero. Aflojaron el tapón de una rueda.
Tomás se montó, comprobó que aún arrancaba y se fue. Y yo qué. Yo nada. Una tarta derretida, un cava caliente y un coche para el desguace. Entré en casa, me tomé una aspirina y regué las plantas. Encendí un cigarro y lo dejé a medias en el cenicero. Barrí algunas esquinas. Tomás volvió a la una de la mañana, con el coche arreglado. Aparcó donde siempre y se metió en la cama. Como si nada. Creo que durmió vestido, incluso. Con los vaqueros puestos. Yo pasé la noche en el sofá, sin pegar ojo, dormida con los ojos abiertos. A las cuatro y media de la mañana, un estallido de cristales me devolvió a la realidad. Corrí a la cocina. Había un ladrillo encima de la mesa, un puto ladrillo había atravesado la ventana donde yo fumaba todas las tardes, aterrizó sobre la botella de cava y la hizo volar en mil pedazos. El suelo de la cocina era un charco de burbujas y cristales.
Parada en el lindar de la puerta, noté la sombra de Tomás detrás de mí.
—Hijos de la grandísima puta —dijo.
—Por favor, prométeme que mañana llevas el coche al desguace.
—Cariño, los voy a matar, te juro por Dios que me los voy a cargar —dijo Tomás.
Luego, se sirvió un trozo de tarta y se la comió en la cama, con las manos.
Entrevista con el autor
Hola, Guiem. ¿Eres consciente de lo innecesario, incluso patético, que resulta entrevistarte a ti mismo?
Sí. Como dice Miguel Noguera, comprendo esa dualidad y la busco. A todo esto, tú eres consciente de que tus preguntas solo son un mero separador de texto, porque yo podría contar todo lo que voy a decir sin que tú me preguntaras nada, ¿verdad?
Comprendo esa dualidad y la busco. Si tuvieras suficientes dotes expositivas, podrías contar todo lo que quieres decir sin recurrir a una falsa entrevista. Pero parece que no, parece que me necesitas. Así pues, cuéntanos. Cuéntale todo a tu público. Di tus cosas.
En primer lugar, he de decir que este cuentito que me he sacado de la manga está inspirado en Raymond Carver, uno de mis escritores favoritos. Carver solo escribió relatos y poemas y, por lo visto, tuvo un editor que le esquilaba los textos y hasta le cambiaba los finales de los cuentos.
Gordon Lish era capaz de reducir un cuento a la mitad y cambiar un montón de palabras por silencios, tensiones y torpezas mudas. Y creo que eso es lo que más me gusta de Carver.
Muy interesante. Muy, muy interesante. Y cuéntanos: ¿en qué se parece tu cuento a los cuentos de ese tal *consulta sus apuntes* Carver?
En muchos de sus relatos, se da un tipo de violencia masculina sutil. Por ejemplo, en So Much Water So Close To Home, una mujer se entera de que su marido ha encontrado un cadáver en el río mientras pescaba con sus amigos. En lugar de denunciarlo de inmediato, el grupo de hombres se pasa tres días pescando junto al cadáver, con el pretexto de que “tampoco se iba a mover de ahí”. Después, cuando se marchan, llaman a la policía y lo denuncian. La violencia no es directa, porque ellos no han matado a nadie. Tiene más que ver con la falta de empatía. En general, Carver no suele crear personajes heroicos ni inteligentes. Son grotescos, prejuiciosos e insensibles. Son white trash.
Ya veo. Muy necesario todo lo que dices. Voy a leer una pregunta que nos llega por Twitter: ¿qué más te has copiado de Carver?
A veces, Carver también caracteriza a personajes por la manera en que comen. Me ha parecido que comerse dos raciones de caracoles es una manera tan buena como cualquier otra de crear un personaje repugnante. Igual que comer tarta en la cama en mitad de la noche. Es una falta de respeto a los demás, pero sobre todo a uno mismo.
Hablando de faltarse al respeto a uno mismo: ¡muchísimas gracias por esta entrevista!
Muchas gracias a vosotros. No quería marcharme sin enviar un saludo a toda la redacción de Turbogelatina. Tengo muy buenos recuerdos de Phil y Spencer. ¿Aún sigue el viejo Chandler, el portero? ¡Ese viejo cascarrabias me debe doscientos chelines!
¿Quieres publicar en Turbogelatina?
En la sección Historias puedes leer los últimos cuentos y poemas que se han publicado en Turbogelatina.
Si quieres que una de las entregas de esta newsletter sea un texto inédito tuyo, aquí te explico cómo hacerlo.
¡Hey, cosa viscosa! Gracias por suscribirte a Turbogelatina, una publicación respaldada por los lectores. Si quieres apoyarla, puedes hacerlo desde 5€ al mes 💕
🚬 Cine.
Es de estos relatos que vas leyendo con mal cuerpo pero no puedes parar...! Muy bueno!