Siete druidas calvos custodian tu futura novela
Deja de asomarte a tu interior, las mejores historias están ahí fuera
En el videojuego Baldur’s Gate 3 (Larian Studios, 2023), una banda organizada de niños monta un gremio de ladrones dentro de una madriguera, y la jefa de todos ellos es una niña con un parche en el ojo llamada Mol.
Mol te pide que robes el Ídolo de Silvanus, una estatuilla sagrada que pertenece a los druidas. Pero los druidas le tienen tanto aprecio que custodian la estatuilla día y noche en el corazón de su guarida, incluso la rodean con un campo de fuerza mágica. De modo que es casi imposible robarla sin que un druida en forma de oso te arranque la piel a tiras, sin que otro se convierta en buitre y te picotee los ojos, sin que otro transmute en sapo y te eche un regüeldo de brea tóxica, … en fin, sin generar un clima de gran hostilidad.
Mol quiere robar esa estatuilla para venderla en la capital.
¿Y los druidas? ¿Para qué quieren los druidas el Ídolo de Silvanus?
Pues para adorarlo… custodiarlo… pensarlo… para cualquier cosa que no implique tocarlo, mucho menos hacer algo útil con él.
La Gran Obra en tu interior
De la misma manera, existe una idea un tanto enfermiza de que hay una Gran Idea en el interior de cada uno, un Ídolo de Silvanus que uno debe custodiar hasta que llegue el momento oportuno de convertirlo en La Gran Obra.
La Gran Obra puede ser una novela o una película, siempre un proyecto complejo y faraónico que requiere el 100% del tiempo, y que suele estar siempre por empezar, como mucho a medio empezar.
Igual que el Ídolo de Silvanus, La Gran Idea está custodiada por siete druidas. Su trabajo es asegurarse de que nadie la toque, de que nunca se haga nada con ella, de que nadie la robe y la vaya a vender a la capital. En general, todas las Grandes Ideas tienen algo en común: rara vez pierden su condición sagrada porque rara vez se hacen realidad.
La idea un tanto enfermiza de que existe una Gran Obra en el interior de cada uno, un Ídolo de Silvanus que se debe custodiar hasta el momento oportuno
La Novela: una fiebre cerebral
Bien, apaguemos un momento la consola para hablar de Tom Wolfe.
En el libro El nuevo periodismo (Anagrama, 1977), Wolfe describe así a los periodistas que trabajaban con él cuando entró en el New York Magazine:
Nada más llegar a la redacción del New York Magazine, Wolfe encontró dos tipos de periodistas: los que se pisoteaban la cabeza en una carrera por conseguir cualquier exclusiva y los que guardaban perfil bajo y soñaban en secreto con irse de allí y escribir La Novela.
Estaban viviendo los años 60 en Estados Unidos: hippies, movimiento psicodélico, liberación negra, movimiento antibélico, etcétera. No solo estaban allí, sino que su trabajo era contarlo, y aun así consideraban que nada de eso merecía un tratamiento literario. No, porque La Gran Idea habitaba en el interior de cada uno, como un Ídolo de Silvanus destinado a desbordar su corazón, explotarles en el pecho y convertirlos en Semidioses.
La literatura estaba ahí fuera
Aunque algunos de aquellos periodistas sí que llegaron a encerrarse en una cabaña a escribir La Novela, en realidad sucedió algo que nadie esperaba.
Periodistas como Gay Talese, Hunter S. Thompson, Barbara Goldsmith, Norman Mailer o el propio Tom Wolfe empezaron a imitar y actualizar técnicas de la novela realista en sus reportajes. Empezaron a hacer un periodismo que se leía… como una novela.
El objetivo era hacer un periodismo que se leyese… como una novela.
Los periodistas pasaban semanas con los entrevistados, les preguntaban por sus emociones, registraban conversaciones enteras, el entorno, las costumbres… luego, se saltaban todas las convenciones del periodismo: escribían escenas, pasaban de una a otra sin avisar, escribían desde el punto de vista del entrevistado, abusaban de los diálogos, etcétera.
No estaban organizados en un colectivo ni formaban un movimiento literario: cada uno trabajaba en su periódico o revista y tenía un estilo distinto.
Hunter S. Thompson, que popularizó el término “periodismo gonzo”, era probablemente el más macarra de todos ellos. Estuvo viajando un año y medio con los Ángeles del Infierno, la famosa banda de moteros, para escribir Los Ángeles del Infierno: la Extraña y Terrible Saga de la Banda de los Motociclistas Proscritos. Al final, le metieron una paliza y, mientras escupía dientes en el suelo, Thompson dio con la frase que buscaba para cerrar la novela-reportaje: «¡Exterminad a todos los bárbaros!»
Gay Talese era el polo opuesto de Thompson. Siempre bien vestido, siempre educado. Pasó semanas cerca de Frank Sinatra, y digo cerca porque Sinatra estaba pasando un catarro y no quiso hablar con Talese ni una sola vez. Lo que hizo entonces el periodista fue ir a todos los lugares adonde iba el cantante, observarle desde lejos y entrevistar a su gente más cercana. Escribió Frank Sinatra está resfriado, un retrato increíble del músico y de su lado más mafioso, un reportaje de cómo un resfriado es capaz de detener una industria millonaria.
El estilo de Tom Wolfe, en cierto modo, era el más transgresor de todos. Experimentaba con signos :::::: de puntuación, onomatopeyas y un punto de vista al que llamaba el narrador insolente… su estilo era incluso psicodélico, quizá por eso eligió la expansión del LSD en Estados Unidos como el tema de su novela Ponche de ácido lisérgico.
La gran mayoría de “novelas de la cabaña” nunca llegaron, y la novela de no-ficción simplemente les explotó en la cara a los escritores de salón. Norman Mailer ganó el Pulitzer con Los Ejércitos de la noche. Truman Capote pasó años investigando un asesinato en un pueblo de interior para escribir A sangre fría, uno de los mejores documentos periodísticos que he leído en mi vida.
Y así fue como, al menos durante un tiempo, el periodismo desbancó a la novela.
Ha pasado mucho tiempo entre estas historias y el lanzamiento del Baldur’s Gate 3. Mi madre tenía 10 años cuando Tom Wolfe entró por la puerta del New York Magazine.
Lo que quiero decir con todo esto es que puede ser peligroso asomarse obsesivamente dentro de uno mismo a buscar historias geniales. A veces los personajes y las situaciones están en una clase de meditación guiada, en los pasillos de un Cash Converters o en el baño de una gasolinera en Calahorra.
Las ideas, sensaciones y emociones pueden venir de fuera, y la genialidad está en aplicarles el filtro adecuado. Diré más: ese filtro no siempre es uno mismo. A veces está bien comprender cómo ven el mundo los demás. Sentir y ver el mundo a través de sus ojos.
Si no sabes por dónde empezar, empieza por escribir un diario. Luego, pon a algunos de esos personajes, o a ti mismo, en distintas situaciones. Empieza por historias cortas, o un poema. Empieza por algo que puedas terminar. Luego sigue escribiendo.
A veces los personajes y las situaciones no están dentro de uno mismo, están en una clase de meditación guiada, en los pasillos de un Cash Converters o en el baño de una gasolinera en Calahorra
Recomiendo
La novela periodística The Electric Kool-Aid Acid Test (editado en España como Ponche de ácido lisérgico), de Tom Wolfe. Es una gran historia sobre el movimiento psicodélico en Estados Unidos. Tom Wolfe convivió durante meses con los Merry Pranksters, un grupo de aficionados al LSD liderado por Ken Kesey (autor de Alguien voló sobre el nido del cuco) y Neal Cassady, aficionado al speed y protagonista de En el camino (Kerouac).
Para leer reportajes de Nuevo Periodismo: Retratos y Encuentros, de Gay Talese; y El Nuevo Periodismo, de Tom Wolfe.
El videojuego Baldur’s Gate 3 es probablemente el mejor juego de rol de la historia. Los diferentes caminos y sorpresas que ofrece son casi infinitos, también a nivel narrativo.
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