El algoritmo no es tu mascota: la mascota eres tú
Cómo usar la escritura para recuperar el control del pensamiento
Todavía me acuerdo. Hubo una época en que internet era un lugar al que yo acudía de forma voluntaria. Por fuera, era un flamante ordenador con todos sus complementos: monitor de tubo, teclado mecánico, ratón de bola, altavoces tres-punto-uno, impresora multifunción, etcétera. Por dentro, internet era un espacio donde uno podía entrar, encontrar algo y luego salir a dar un paseo, incluso silbar una melodía. ¿Quién lo iba a decir?
Ahora esta newsletter acude a mi bolsillo, internet viaja siempre conmigo y ya no busco el contenido, porque el contenido sabe dónde encontrarme. A todas horas y en todas partes. Hace tiempo que perdí el control sobre lo que veo y, lo que es más sorprendente, hace tiempo que perdí el deseo de recuperarlo. Es lo que ya se conoce como Algorithm Complacency: el placer de dejar que la máquina piense por ti. Tiktok como solución al aburrimiento, apps de citas como respuesta a la soledad, Google News como manera de seguir conectado con el mundo.
A estas alturas ya no aspiro a recuperar el control sobre lo que veo, solo a educar un poco al algoritmo. A tenerlo bien entrenado. Mi pequeña mascota algebraica, un gatito hecho de ceros y unos y de cientos de miles de vídeos de gatos. Solo que, en realidad, creo que el algoritmo no es mi mascota. Empiezo a sospechar que la mascota soy yo.
De acuerdo, Guiem, ahora cuéntanos: ¿qué tiene que ver todo esto con la escritura?
Bien, en este artículo voy a hablarte del brainrot, de la capacidad de concentración y del viejo arte de escribir como forma de recuperar el control del pensamiento.
Turbogelatina nació como un espacio donde desarrollar la creatividad sin obviar el momento metanfetamínico que vivimos. Por eso el primer post fue ¿Por qué somos incapaces de leer?. Por eso hoy, que hemos superado los 500 suscriptores, quiero compartir estas ideas contigo. Espero que te gusten.
A bordo del Tren de Pensamiento
Imagina esto: cada frase, cada párrafo y cada página de un texto forman los distintos vagones del Tren de Pensamiento de la persona que lo escribió. Ahora mismo viajas en el mío. Tiene ritmo y una cierta cadencia, tiene un origen y un destino. Ahora bien, ¿cuánto tiempo eres capaz de permanecer aquí, conmigo, asimilando todo lo que quiero contarte?
Si sueles desayunar textos de largo formato —ensayos, novelas…—, entonces una newsletter es pan comido. Pero, si tu cerebro se ha acostumbrado a la Gran Cascada de Contenido, lo más normal es que viajes colgando por fuera del tren, con las manos sudadas y los pies temblando en algún estribo, a punto de salir volando y rodar por la pradera y mandar este artículo a las cocheras del infierno.
La capacidad para mantener un tren de más de un vagón te permite desarrollar ideas y articular discursos. Te permite reflexionar, tomar decisiones, argumentar… ser un poco menos gelatina y un poco más humano, al fin y al cabo.
Así pues, ¿cómo de fuerte y sano es tu Tren de Pensamiento? ¿Es el Orient Express camino de Estambul o es una vagoneta con tolva?
Qué es el doomscrolling y el brainrot
Se conoce como doomscrolling el hábito de deslizarse de forma compulsiva por feeds de redes sociales, noticias, etcétera; incluso cuando este comportamiento produce insatisfacción o ansiedad.
El doomscrolling es un tren en sí mismo, una especie de Vagoneta del Diablo que recorre las Vías del Algoritmo. Tu tren de pensamiento descarrila con cada distracción: reels, stories o notificaciones push. El algoritmo de Google News o Instagram decide la información que recibes y puede moldear la manera en que ves el mundo. Pero, además, puede comprometer tu capacidad para procesar y retener información. Hey, ¿me estás prestando atención?
En internet este fenómeno ya tiene nombre. De hecho, es tendencia as we speak. El concepto Brainrot —Podredumbre Mental— fue Palabra del Año del Diccionario Oxford en 2024. Hace referencia al supuesto deterioro cerebral producido por el consumo excesivo de contenido online trivial. Memes como Skibidi Toilet —una cabeza saliendo de un váter— arrasaron hace unos meses. Hoy, el meme del momento es el Tralalero Tralala, un tiburón con deportivas cantando en italiano. En el fondo, esta tendencia de memes Brainrot es una manera de ironizar sobre el deterioro cerebral producido por una montaña de contenido cada vez más absurda y disociante.
Más allá del meme, ya hace tiempo que surfeamos esta especie de Sueño Febril A Bordo De Un Avión Con Cabeza de Cocodrilo. Ya somos capaces de señalarlo, nombrarlo y reírnos de ello. Ya estamos reaccionando a ello. Ahora bien, ¿cómo respondemos?
Hay quien tiene menos tendencia a caer en el agujero y hay quien se siente a gusto tras 6 horas diarias viendo el móvil. Para los demás, la Cascada de Contenido y la adicción digital producen cansancio. Y ese cansancio produce dos fantasías.
Respuesta #1: La fantasía de la desconexión
La fantasía de la desconexión consiste en:
Pensar en meter el móvil en una trituradora, en volver al teléfono almeja, en desinstalar Instagram o en auto imponerse un control parental para limitar el tiempo online —antes debes aceptar que dentro de ti habita un bebé monstruoso e insaciable, pero no pasa nada.
También hay otra respuesta un poco más radical que, para mí, parte de una lectura errónea: “el problema es de los demás”. Esto puede llevarte a articular un discurso como este de Leonor Watling. El JOMO —Joy Of Missing Out— es el gustito de renunciar a los planes para quedarse en casa con una mantita… viendo Tiktok.
Respuesta #2: La fantasía de la reconexión
Mucha gente ya tiene más encuentros virtuales que reales: ve a sus compañeros de trabajo en una pantalla, mantiene el contacto con colegas por un grupo de Whatsapp, usa Tinder solo top of the funnel —es decir, solo para sentir y generar deseo—, pide comida en Glovo y nunca anda por la calle sin Google Maps.
Por eso, la fantasía de la reconexión consiste en:
Volver a conectar con otros humanos de forma significativa: hablando y riendo, bailando y follando, brindando y pasando el porro, incluso riñendo y peleando.
Volver a conectar con el propio cuerpo y resolver problemas usando la mente —recordemos que, por defecto, el algoritmo piensa por ti. Creo que el interés creciente por el fitness o las clases de cerámica pasa por aquí. Igual que la popularización de los sudokus hace unos años o el Paraulògic en Cataluña. Otro ejemplo: ¿por qué crees que los escape rooms han estallado en los últimos años? Yo creo que es porque combinan los dos puntos de la fantasía de reconexión: son una manera de resolver un enigma de forma reflexiva y, además, son una experiencia en el mundo real que compartes con personas de verdad.
Ah, la escritura. Toma un sorbo de este frasco.
Hace 30 años, Vivian Gornick escribió un artículo titulado Letters Are Acts of Faith; Telephone Calls Are a Reflex. Gornick se preguntaba por qué ya no tenía ganas de escribir una carta, si sabía que el acto de sentarse a escribirla le resultaría muy placentero. La respuesta estaba en la hegemonía del teléfono.
Escribir una carta, dice, requiere tiempo, introspección y una intención deliberada. A diferencia de las llamadas, donde la comunicación es minimalista, funcional e instantánea; la escritura es un acto que permite organizar los pensamientos y emociones. Las cartas fomentan una conexión profunda y reflexiva entre las personas. Las llamadas no.
Según Stephen King, escribir es “una manera refinada de pensar”. No hace falta ser alguien súper brillante, mega imaginativo o tetra creativo. El mero ejercicio de plasmar ideas por escrito —en un artículo, en un email, en un cartel pegado en el ascensor— mejora tu capacidad para articular un discurso y, a la larga, fortalece tu Tren de Pensamiento. Te protege del Brain Rot.
El algoritmo nos invita a dejar el cerebro en salmuera y pasar la tarde disociando bajo una lluvia de estímulos. Escribir, en cambio, es un ejercicio de introspección y también una invitación a resolver problemas usando la mente. La escritura, igual que la lectura, también te ayuda a ir más allá de la literalidad; a comprender lo sutil y lo simbólico, lo que no se dice pero se da a entender.
Pero, pero, pero… la escritura parece, a simple vista, una actividad muy solitaria. ¿Realmente lo es? Según el mismo Stephen King, escribir es “un acto de telepatía” que te permite conectar con uno, dos o tres trillones de lectores. Escribir te permite inspirar, emocionar o aburrir en diferido. Por lo visto, escribir es la hostia. No solo es una forma de estar menos solo contigo mismo: también de estar con otro más allá del espacio y el tiempo.
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¿Quieres empezar a escribir?
El interés por plataformas como Substack se ha disparado. Lo entiendo: es el equivalente moderno a escribir cartas. Desde luego, crear tu propia newsletter te permite generar comunidad en un entorno más reflexivo que cualquier otra red social.
Da la casualidad de que yo acompaño a personas que quieren mejorar su escritura: les ayudo a enfocar los temas, a tener más y mejores ideas, a superar bloqueos y abrir caminos.
Ya trabajo con newsletters como El Tercer Lugar y Hospital Descapotable. Si quieres saber más, escribe a guiem@guiemalba.com.
Muy bueno. Me ha encantado la reflexión sobre por qué triunfan los escape rooms. Al final la escritura consiste en eso, conectar varios elementos que están a la vista de todos pero que a nadie se le había ocurrido unir antes. Un abrazo. Nos leemos.
Y añadiría que escribir, además de agotarte, puede llenarte de energía.